sábado, 1 de noviembre de 2008

El callejón de los milagros / Naguib Mahfuz


Naguib Mafuz nació y vivió en El Cairo, no lejos de donde se sitúan las novelas más leídas. En la etapa llamada “realista” retrata el barrio, uno cualquiera, de esta ciudad con una fidelidad y minuciosisdad extraordinaria. No voy a caer en la tentación de comparar esta novela con la trilogía de El Cairo porque creo que son partes de un todo. La ciudad vista en dos momentos históricos distintos (la trilogía abarca desde los años 20 hasta el 44, El Callejón se centra en el final de la 2ª Guerra Mundial) y con personajes que bien pueden deambuar de una novela a la otra.
Mahfuz toma dos microcosmos en ambas novelas, aquí la vida del callejón de Midaq, del que apenas se sale en la novela y en la trilogía el de una familia de comerciantes (¿no recuerda Salim Alwan a Ahmad Abd el-Gawwad?). La maestría de Mahfuz hace que todo el relato sea lineal, entretenido y a la vez sorprendente.
La estructura lineal es relativamente sencilla: cuadros protagonizados por los distintos personajes que van componiendo un mosaico del callejón. La complejidad viene de la exquisita exposición de sentimientos y relaciones entre los personajes, cuyo retrato es magistral. Cualquiera de ellos puede servir de ejemplo, pero el retrato de Zaíta sobresale porque combina el retrato del personaje con un ambiente nocturno que lo envuelve de forma sensacional.
Ya hablamos en las notas de la trilogía que estas novelas se mueven entre el realismo (de Balzac toma la forma de retratar la burguesía, de Zola la fijación con algunos detalles más desagradables del callejón y cierto determinismo) y la novela histórica, aunque la política ocupe menos espacio en esta novela. A ello le une un humor fino que a veces se tiñe de negro, como cuando el doctor no es doctor, ni dentista, y no digamos cuando se enteran de dónde saca los dientes de oro. ¿Y qué decir del jeque Darwish y sus intervenciones en inglés?


La egipcia era una sociedad que en ese momento se debatía entre el cansancio por el sometimiento al largo protectorado británico y una fe ciega en la fe musulmana, entre un mundo que avanza tecnológica mente y unas costumbres que todavía no se modernizan. Los aires de occidente van llegando, la clase comerciante se adecua, pero es una momento de crisis económica (aparecen despidos, etc.) y no hay mucho donde rascar. Mahfuz ideológicamente era pro-occidental, pero antibritánico, se enmarcaba dentro de lo que en los años 30 se llamaban los modernistas, que proponían una apertura hacia los avances de occidente. Sin embargo luego evolucionó a un cierto eclecticismo, que preservaba la tradición egipcia.

Los personajes forman un conjunto unitario, quizá Hamida y Abbas tienen algún protagonismo superior, pero sin el resto de los personajes la novela no tiene mucho sentido: “aunque el callejón está totalmente aislado del bullicio, tiene una vida propia, cuyas raíces conectan, básica y fundamentalmente con un mundo profundo del que guarda secretos muy antiguos”. Dentro del callejón viven los personajes como si fuera un escenario del que la cámara va tomando primeros planos para desarrollarlos. De alguna manera vivimos con los personajes, queremos que sean buenos, pero pocas veces lo son completamente, más bien son muy humanos en el sentido de que tienen sentimientos buenos mezclados con otros más inconfesables. Creo que la obra tiene un amargo final que muestra una moralina que luego comento, Hamida se va del callejón pero al mismo tiempo se autodestruye y arroja a los que la rodean al abismo: ¿no puede hacer su vida libremente? No, en el mundo musulmán y en ese momento de la historia no puede. De ahí nace la rebeldía y el empuje de Hamida.
No puedo dejar de señalar el estilo absolutamente pulcro de Mahfuz. En la narración y en los diálogos es un maestro. El capítulo 16 es un magnífico ejemplo, Zaita y la panadera están hablando y reflejan vivamente el ambiente del callejón, quiero y no puedo, puedo y no quiero, crueldad y ternura, bajos instintos y desprecio al vecino al mismo tiempo. Memorable. Especialmente sorprendentes son la cantidad de descripciones que aparecen en el libro, la mayoría de la veces breves, con unos trazos deja el escenario preparado para la acción:
“A nosotros nos basta con constatar que el callejón es una preciosa reliquia del pasado. ¿Cómo podría ser de otra manera con el hermoso empedrado que lleva directamente a la histórica calle Sanadiya? Además tiene el café que todos conocen como el Café de Kirsha, con muros adornados de abigarrados arabescos...”
Ironía y un pelín de maldad al describir a los personajes, Saniya Afifi mantiene la dignidad hasta el final amargo del retrato: “Los cosméticos habían obrado milagros en las mejillas, las cejas, alrededor de los ojos y en los labios. [...] El hecho era que hacía casi cincuenta años que aquella cara había aparecido en el mundo, y el mundo raramente deja una cara sin marcar durante medio siglo. Su cuerpo era flaco, o seco, como decían de él las vecinas del callejón. El pecho, exiguo, quedaba disimulado bajo el bonito vestido.” Comienza con una generalidad, pero luego el retrato desciende hasta el desprecio de las vecinas al que se une el narrador.

Desde luego el cuadro costumbrista que nos presenta la novela va desgranando un mundo de pasiones, de deseos, de recuerdos y de ilusiones de un barrio de clase media, humilde. Nada deja fuera el narrador, ni la religiosidad de la mayoría de los personajes, el afán de ascenso social y económico, la preocupación por el matrimonio y el futuro, la familia como elemento estructurador de la sociedad que al mismo tiempo te oprime y te protege. Quien haya visitado alguna ciudad del norte de África y se haya detenido a observar el funcionamiento de la medina, se da cuenta de que Mahfuz representa lo que ve con absoluta fidelidad: las mujeres apañando casamientos, los hombres con falso machismo, las mujeres jurídicamente inferiores son jefas absolutas en sus casas, en un raro equilibrio entre las fuerzas de hombre y la mujer, los jóvenes ilusionados con el matrimonio y sus hijos y así hasta el más mínimo detalle. Aunque en esta novela se nos da una visión del otro mundo que se mueve en El Cairo, de rascacielos y moralidad dudosa, de lujo y ambición, frente a la parálisis temporal del callejón. Hamida, el único personaje que se atreve a cruzar la frontera entre esos dos mundos representa un poco la búsqueda de la felicidad, pero esa felicidad no reside en el dinero, sino en otros valores no materiales exactamente. Con Abbas hubiera podido ser feliz. Su osadía la lleva a la destrucción de la felicidad anhelada. Lo mismo pasa con Abbas, que sale del barrio en busca de un futuro acaudalado y muere al final, diríamos que huye de su destino, se une al ejército y eso es su sentencia final. Sin embargo el destino tiene mucho de azar, como vemos en la novela, el azar cambia vidas: un día de jornada electoral lleva a Fajay al barrio y se cruza con Hamida, el azar lleva a Abbas al bar donde se forma una trifulca que acaba con su vida. ¿Es destino o es azar?

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