miércoles, 11 de enero de 2012

Los enamoramientos Javier Marías


No deja de sorprender la forma en que Javier Marías presenta un asesinato, dando la vuelta al título de forma tan imaginativa que te deja perplejo cuando te enfrentas a la novela, cuyo tema principal es el amor, pero en su versión más oscura, el amor que mueve a la muerte. Y el amor que te hace correr unos riesgos que aunque innecesarios, fascinantes. 

Marías lleva al lector por los vericuetos del corazón a través de un viaje a la razón. Los hechos son los que son, pero las reflexiones que provocan en los personajes son interesantísimas. Cómo descubre la narradora el verdadero autor de un asesinato es original, pero mucho más si el instigador del homicidio es el hombre con el que se está acostando. Que esté enamorada, sin embargo, no es muy original en la novela; pero que su enamoramiento sea superficial y transitorio es mucho más interesante, máxime cuando los enamorados abiertamente declaran el tipo de amor que sienten mutuamente.  Pero la clave del amor está en el móvil para un asesinato, que curiosamente tiene un final feliz.  Amí la novela me ha gustado mucho, pero me pasa como con el resto de obras de Marías, me parece un poco triste, un poco aburrido, demasiado intelectual. Aunque luego me divierto con estos dilemas que plantean los personajes. Sé que es una opinión contradictoria, pero es así como me siento ante este escritor, me gustaría que sus acciones fueran un pelín más rápidas, que no juegue tanto en el filo de la navaja entre una gran prosa, una buena historia, un buen desarrollo estructural, pero cuidado con la dosis de reflexión.

Ahí os dejo con la crítica del País 

La pasión de pensar

JORDI GRACIA 02/04/2011
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El laboratorio literario de Javier Marías ha regresado al orden civil y sentimental -a la vida moral- tras la fastuosa excursión vivida en busca de Tu rostro mañana (2002-2008). Con ella abrió a la ideología y la historia política el foco narrativo y Los enamoramientos ha vuelto a ceñirlo para concentrarlo. Las figuras literarias de Marías tienden a ser organismos mentales que especulan y piensan sin acertar nunca del todo en la certeza porque ese es el juego: la verdad es una maraña, se repite varias veces en esta novela, e incluso nada es lo que parece en ella a simple vista, ni siquiera a vista más atenta. Aunque Tu rostro mañana estuvo escrita en estado de gracia, el remate argumental era extrañamente deudor de las tramas truculentas o folletinescas del XIX (de Balzac o de Dumas, tan presentes en esta). No es un rasgo casual: un asesinato (o un homicidio) urdido por amor y por egoísmo aparece como soporte ideal para levantar la tupida enredadera reflexiva que hace de la conjetura y la especulación los recursos hegemónicos y también una forma de plenitud literaria. El lector de Marías ya lo sabe: la ocasional debilidad de esta amplificación reflexiva o esa sobreabundancia del estilo tienen un efecto narcotizante, casi de salmodia discursiva, pero también la garantía segura de un nuevo hallazgo o una nueva sinuosidad que compensará y completará la pasión de pensar en que chapotea felizmente el lector casi todo el rato. Y en esta vuelve a suceder lo que ha dado el mejor Marías, incluido sus manierismos: la valentía desenmascaradora de las formas del subterfugio y el autoengaño, de la debilidad moral y el oportunismo, de las falsas respuestas consoladoras y de la malla de intereses que se cruzan en nuestras cabezas para justificar nuestro deseo o nuestra conducta. Desmenuzar la trama aquí me parece fuera de lugar porque remite toda la historia -contada por una mujer que habla exactamente igual que los narradores masculinos de sus novelas de madurez- a la práctica habitual del escritor, tan inconfundible y tan fecunda: poner a prueba la colisión entre deseos y sentimientos y deber moral o justicia a partir de unos pocos datos inciertos. El caso que dirime la novela y la posición final que adopta su protagonista -adelantada aquí y allá en el curso del relato básicamente pensado y dialogado- compromete nuestra propia jerarquía de valores como jueces de unos hechos y unos sentimientos que conocemos con la misma escasez o impuntualidad que la protagonista. Y nuestro juicio estará sometido a su misma inexactitud, aunque podamos concluir de modo distinto que ella: quizá no aceptará el lector que el peso del enamoramiento tiende a la indulgencia generosa hacia el que fue objeto del enamoramiento -porque el rastro sigue condicionando el juicio- en una forma distinta a como obra el que ha sentido el arrebato del amor.
Los subtemas despliegan una fascinante variedad de elementos soterrados tan valiosos como la trama principal: la muerte y su puntualidad llegan arrastrados de nuevo por Macbeth y el peso de su presencia póstuma se calcula a través de Los tres mosqueterosy de un angustioso relato de Balzac; hacerse responsable de lo sabido y administrarlo con riesgo o solvencia; la racionalidad como posición exigente pero en retirada frente al sentimentalismo o a los argumentos emotivos; el egoísmo como recurso paradójicamente noble y el perdón o la comprensión cabal como eximidores de la extendida costumbre de la delación, el chivatazo o la mera habladuría. Casi ningún hilo se abandona y ni siquiera el profesor Rico deja de aparecer tras su primera comparecencia (para meter la pata), aunque la novela es una novela de personajes, muy pocos, y todos ellos expuestos a través de los ojos de la narradora o de sus propias palabras desplegadas bajo el artificio (o el pacto implícito) de que meditarán con las formas retóricas y las vueltas y revueltas de un narrador que pesa sobre ellos sin que eso dañe la efectividad de la novela. Ya lo he dicho antes: tanto Luisa como los demás personajes, o casi todos, carburan intelectualmente con los mismos tics y formalismos. Y sin embargo nada de eso dobla o rebaja el relato porque su artificiosidad es parte de su credibilidad, y además lo que importa al lector acaba siendo la versatilidad reflexiva, la reorientación del juicio sobre lo que sucede o puede haber sucedido, la tensión final de una generosidad sentimentalmente cautiva que puede ser juzgada más severamente (pero quizá no más justamente) como abstencionista o irresponsable. La novela es el espejo en el que especulamos sobre nosotros mismos y sobre la permisividad ante la tropelía (matar, mentir, injuriar, sobornar): una escuela de pensamiento matizado, libre, atrevido, agnóstico y desprejuiciadamente adulto.

4 comentarios:

Lola dijo...

La forma de plasmar los sentimientos el autor me parece brillante, pero es cierto que el libro, se me hizo pesado en muchas ocasiones. Lo describiría como un libro triste e intenso.

manipulador de alimentos dijo...

Estoy oyendo y leyendo muy buenos comentarios de la última obra de Marías y la verdad, no sé si atreverme de nuevo. Le abandoné en 'Corazón tan frío', y tanto, frío, y pausado... Pero siempre es bueno cambiar de opinión o, al menos, intentarlo. Saludos!!!!

Sonrisamagica dijo...

Cada autor tiene su esencia propia, lo que le caracteriza y diferencia de otros autores.Para bien o para mal, porque cada lector es un mundo...le beneficie o le perjudique, Marías tiene su estilo. Y éste es tan suyo, que cuando vuelves a leer otro libro de Marías sabes perfectamente que le pertenece. Para mí, es simplemente sensacional.

Anónimo dijo...

Los libros de Javier Marías son filosofía pura, de Primera División, además. El que no esté intresado...